Mi aventura:
Conocí a Emi por recomendación de mi cuñada ya que trabajaron juntos en la admirable Maternidad Sardá. En realidad en ese momento mis consultas fueron ginecológicas…la maternidad aún era un deseo silencioso. Llegó mi tiempo y al final de una consulta le conté a Emi que había encarado el proyecto de la maternidad monoparental, que estaba surfeando las olas del tratamiento de fertilidad, obra social, mis temores y dudas y el deseo que ya había dejado de ser silencioso.
Nos volvimos a ver varias veces más y aún no llegaba el resultado esperado…Emi me saludaba siempre…”nos vemos la próxima con el Positivo”. Y el positivo llegó a pocos días de declararse la Pandemia y la vida de todos cambiara para siempre.
Tuve un embarazo ideal, me sentí bien siempre, con las molestias esperables…después de todo mi cuerpo se estaba transformando para que Juan creciera todo lo más posible ahí, en su primer lugar en el mundo…mi útero.
Caminé todo lo que pude, mantenerme en movimiento en el encierro de la cuarentena me permitió atravesar la coyuntura de un embarazo solitario por la pandemia, y no como lo había imaginado. Había leído por ahí que caminar iba a favorecer el paso de Juan a este otro lado del mundo.
La primeras consultas con Emi fueron virtuales, pero no por eso menos cálidas y atajando la ansiedad de primeriza pandemial jeje.
Llegando ya la semana 40 todo estaba muy tranquilo y sin signos de que se desarrolle el trabajo de parto. Mi idea de parto vaginal iba a empezar a convivir en mis pensamientos con otras posibilidades (inducción, cesárea) asumiendo que el momento de nacer de Juan podría darse de otras maneras y todas iban a estar bien, si yo seguía confiando en el proceso que veníamos atravesando con Emi. Así fue como un día después de la fecha probable de parto fisuré bolsa…..pasé toda la noche esperando las aclamadas contracciones…pero no. Anahí me dijo, si no vienen te espero en la clínica a la mañana. Y ahí fue donde comenzó el trayecto final de la aventura más hermosa de mi vida…el nacimiento de Juan.
En el Finochietto todo fue de mucha calidez y profesionalidad…Anahí me explicó de qué se trataba la inducción y lo que iba a ir pasando y que todo lo que mi cuerpo me pidiera hacer lo hiciera…Comenzó la inducción….tranqui y luego unas olas de dolor que atravesaba de la mano de mi amiga Flavia y de la mirada atenta de Anahí que iba dirigiendo y enseñándome a pujar.
Luego epidural… y vino el momento de pujar con todas mis fuerzas para que con la dilatación completa pudiera nacer Juan. En cada pujo sentía el ánimo y empuje de Emiliano….todas las formas de posición que se pudieron hacer me indicó de hacerlas… ”al piso como en la India” me dijo y ahí en cuclillas entregué toda las fuerzas que me quedaban…pero ya estaba cansada yo y Juan . “Maridé… hiciste todo lo que está a tu alcance…pero Juan tiene que nacer” y ahí con eso entendí que ya el plan seguía en la cesárea…y acepté con calma y decisión el paso final de esta aventura que para nada estaba así escrita.
El momento final fue esa cara cachetona que vi entre barbijo, el rostro de Juan, las lágrimas de no poder creer que lo habíamos logrado, las palabras de mi amiga Flavia…amistad que sellamos para siempre en todo este proceso….las felicitaciones de todos… el beso de mi cuñada, la neo tía que pudo estar gracias a la generosidad de todo el equipo, el apretujamiento de mano de la anestesista…el gracias inmenso a Anahí mientras se iba sigilosamente… la cara de satisfacción que cruzamos con Emi diciéndole en silencio gracias para siempre por esta aventura.