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Lorena Salim

Llegamos al consultorio de Emi con 10 semanas de embarazo, y por recomendación de nuestra médica de fertilidad.

Con Pato habíamos atravesado 2 tratamientos de alta complejidad, 3 transferencias de embriones, 1 aborto, interconsultas con distintos especialistas y varios estudios bastante invasivos.
Desde la primer consulta tuve la certeza que Emi era el indicado para acompañar nuestro embarazo, sobre todo cuando después de escuchar nuestra historia, me dijo: «bien, vamos a desenfermarte».
Así fue que con su característica calma nos explicó que nuestro embarazo no era de riesgo hasta ese momento y que por ende, no íbamos a tener más cuidados que los de cualquier mujer embarazada.
Las consultas fueron siempre geniales. Con buen humor, dedicando tiempo a explicar y saldar dudas. Siempre directo y sin vueltas.
Fue así incluso cuando llegue muerta de miedo con el diagnóstico de trombofilia y tuve que empezar a aplicarme heparina.
Emi siempre me inspiró la confianza de saber que iba a priorizar un parto natural, pero sin ponernos en riesgo, y  esto pude confirmarlo cuando aún con la heparina, seguimos apostando al parto vaginal.
Así llegamos a la semana 39 de embarazo sin indicios de que Andrés quiera nacer. Esa semana, en consulta, después de revisarme me dijo que era difícil que el parto se desencadenara en los próximos días, y con la misma claridad y paciencia de siempre, me explico los motivos médicos por los que no podía esperarnos mucho más.
Acordamos control el lunes siguiente, 9 de marzo, día que empezábamos la semana 40 de embarazo. Yo tenía fe a la luna llena, él no me creía…
Llegué asustada, pero las noticias eran buenas: 2 de dilatación. Recuerdo que dijo «hasta vas a parir y todo. Seguramente esta noche arrancan las contracciones».

Previendo eso, acordamos todo con Anahí esa misma tarde.
Así fue que a las 2.50 de la madrugada las contracciones se hicieron presentes y a las 8am del 10/3 nos encontramos en el Finochietto, como habíamos acordado.
Emiliano y Anahí son partes imprescindibles de un maravilloso equipo, y por eso es imposible no dedicar a ella también unas palabras.
Anahí es quien estuvo presente durante todo el trabajo de parto en el sanatorio. Con su calidez y su profesionalismo hizo que el momento más doloroso sea mucho más tolerable.
Me dio libertad de movimiento, estuvo con Pato y conmigo charlando cuando yo quise, nos dejó momentos a solas cuando lo necesitamos, me dio la mano cuando pensaba que no podía más del dolor y me alentó a seguir, y me abrazo para que me den la anestesia.

En sala de parto procuró bajar las luces y que el ambiente sea más agradable, puso música…y todo eso, lo acompaño con su pericia para monitorear a Andrés, ayudarme a practicar pujos y hacerme tocar la cabeza de mí bebé que ya estaba asomando.
Cuando Andrés estuvo listo para salir, llamó a Emi que ya estaba preparándose.
Las indicaciones de ambos fueron siempre amorosas y precisas. Cuando escuché a Emi decir «uno más y sale la cabeza», me obligué a abrir los ojos, en un segundo más los hombros estuvieron afuera y mientras Anahí me ayudaba a sacarme la bata, Emi me ayudaba a agarrar a mi bebé para llevarlo directo a mi pecho.
Nunca voy a dejar de agradecerles a ambos por ese momento tan mágico.
La neonatologa limpió a Andrés arriba mío y una vez que el cordón dejó de latir, Emi ofreció a Pato cortarlo: «Listo, ya respira solo».
Con ayuda de todo el equipo, Andrés se prendió de la teta en sala de partos, hasta que estuvimos listos para que se fuera con su papá a los primeros controles.
Ya fuera de la sala, pude abrazar a Emi y Anahí. En ese momento sentí que no tenía palabras para agradecerles a ambos, por haber hecho del nacimiento de mi bebé una experiencia maravillosa, totalmente respetuosa.
Hoy, a días que se cumplan dos meses del nacimiento de Andrés, tengo la misma sensación: Las palabras me quedan cortas.
Gracias y más gracias!