Skip to content

Judith Szaingurten

-Ya no sé cómo agradecerte, Emi…- Le dije

-Parí.- me respondió

Esto fue el día que cumplí semana 41 de embarazo, sin dilatación ni contracciones, nada. Ninguna señal de proximidad del parto.

Llegué al consultorio de Emiliano en la semana 21. Hasta ese momento me había atendido con un excelente obstetra, pero me daba la sensación de que no era para mí. No me quedaba tan claro que fuera a defender mí parto vaginal todo lo que hiciera falta. Así que después de un mini casting, lo conocí a Emiliano, recomendado por dos lados diferentes.

Desde el principio supe que era lo mejor que podía hacer. Fue sensato, dedicado, tuvo paciencia para responder todas mis dudas con muchísimo criterio y sin fanatismos.

El resto del embarazo transcurrió ideal desde el punto de vista obstétrico. Controles, ecografías, análisis, todo muy tranquilo.

Hasta que… en semana 34 volviendo del trabajo, me resbalé y me caí. Cómo resultado, una fractura de peroné que me impidió pisar las últimas 6 semanas del embarazo, con las complicaciones y angustias que eso me implicó. Emiliano me ayudó muchísimo, facilitándome los encuentros, siempre una palabra tranquilizadora, realmente no sé cómo hubiera hecho si no hubiera sido el mí obstetra.

Y la pregunta… podré parir a mí beba, a mí Pepochita, así con la bota Walker? Porque lo que me faltaba era perderme el parto por estar mal de la pierna…

Desde el principio me dijo muy tranquilamente que no había ningún impedimento para tener un parto, aunque no pudiera hacer fuerza con la pierna, que ya veríamos que posición utilizar, pero no le dio mayor trascendencia a ese Punto.

Y fueron pasando las semanas, dejé la silla de ruedas y  empecé a caminar con dos muletas,  luego con una,  pero sin señales del parto.  Nada, mí bebé no quería saber nada con salir a jugar.

Emiliano me dió como ultimátum semana 41,4:  ahí iba a inducción o cesárea. Yo no me podía ver teniendo cesárea. Sabía que llegado el caso, tendría que ser así y no era grave, pero yo quería pasar por la experiencia de parto, pensaba que era lo mejor para mí beba y para mí.

Así que puse todas mis emociones al servicio, busqué en internet cualquier cosa que pudiera servir para acelerar el trabajo de parto… a mí me funcionó comer ananá. Creer o reventar, a la noche del jueves (41,1); comí un montón de ananá, que supuestamente tiene una sustancia que ablanda el cuello del útero. Al día siguiente ya era viernes y tenía control programado, eco y monitoreo. Para mí felicidad, me desperté sintiendo mojado.

Había fisurado la bolsa.

A partir de ahí, me comunique con Anahí, nos vimos en el Finochietto, clínica que recomiendo muchísimo, y a pesar de que seguía sin contracciones ni dilatación ni nada, empezamos con la inducción. Fue bastante doloroso, lo reconozco, no esperaba un dolor tan fuerte.

Después de unas tres horas pasamos a sala de partos, me pusieron anestesia y ahí todo cambió. Realmente fue una hermosa experiencia, música, mí marido apoyando, riendo por momentos, charlando, pujando, hasta que ILANA salió al mundo. Y fue mágico. Había parido a mí hija y la tenía en mí pecho.

Gracias Emiliano, gracias Anahí, voy a recordar el 8 de febrero de 2019 como el día más hermoso de mí vida.

Judith, Leandro y la pequeña ILANA.