Alrededor de las 23 la flaca se fue a acostar porque estaba medio agotada.
Desde las 9 del domingo que, con cierta regularidad, habían empezado algunas contracciones. Al menos, eso pensábamos que era eran. Lo que Caro describía era un dolor algo punzante que le estrujaba el abdomen. Lo empezamos a cronometrar para ver si, efectivamente, se daba el ritmo que debían tener para tomarlas en serio, y no como una sensación bastante típica de la semana 40.
Restaba un factor importantísimo. Recuerdo que Emiliano hacía hincapié en las claves a analizar en momentos decisivos de final de embarazo, que eran: regularidad, frecuencia e intensidad, o algo bastante aproximado a eso. Pero el dolor con el que todas las mujeres recordaban una contracción al relatarlo, Caro no parecía estarlo sintiendo. Claramente se le endurecía la panza con una repetición notoria y sistemática, pero todavía no se había “doblado” de dolor. Entendimos que, entonces, debía de ser algo normal aunque ya muy incómodo.
Así, después de un día entero cronometrando y tratando de entender qué estaba sucediendo, Caro se fue a acostar.
Diariamente escribo un diario. Por ejercicio personal, por salud mental; distintos motivos. Ese día, después de que la flaca se fue a acostar, me senté y escribí:
“15 de marzo de 2020
Hola Diario, son las 18.43 y Caro está con contracciones en el cuarto. El ritmo va encaminado a ser el que lleva al parto, pero nunca se sabe. Toda la teoría no siempre aplica al 100%. Está a un episodio cada 8 minutos aproximadamente, pero si se amplia puede ser un amague de la vida. “
Seguí después escribiendo varias cosas sobre lo que sentía, y lo que creía que pasaba.
“Camilo va a nacer (si todo sigue así) en plena declaración de cuarentena nacional. O al menos eso están rumoreando los medios. Por primera vez en la historia –la mía hasta donde he vivido- todos los aeropuertos están cerrados. Todo indica que la pandemia se extiende en forma medio exponencial y se suspendieron todos los eventos masivos públicos. Las clases, colegiales y universitarias, también.”
Se ve que tenía el noticiero prendido y todavía no terminaba de comprender lo que estaba pasando.
La página del día cierra:
“En fin, le voy a preguntar a Caro cómo viene, que creo que ya cortó el teléfono. Un abrazo, Diario, espero pronto presentarte a Camilo, tu hijo. “
Por primera vez, anoté un post data en una página de diario.
“Nota: 23.10, le toque la panza a Caro porque estaba incómoda y necesitaba que la acariciara. Nos fuimos al Finochietto, rompió bolsa.
Ahí vamos.”
Recuerdo que escribí eso porque la computadora había quedado prendida y estábamos preparando todo para que mi vieja se ocupara del perro, Bobo, que iba a quedar solo.
Llamamos, como había dicho Emiliano, a la partera, Ani. Ani nos recomendó que fuéramos, tranquilos, hacia el hospital para ver en qué situación estábamos.
Así, agarramos la mochila (rellena con lo que nos habían recomendado que pusiéramos adentro desde antes, así no teníamos que correr al pedo cuando llegara el momento) y nos fuimos al sanatorio.
Llegamos y, según Ani, Caro no presentaba la dilatación suficiente. Nos dijo, con muchísimo tacto, que lo que había sucedido durante el día muy probablemente fuera sólo la previa de lo que quedaba. “Relájense y esperemos”, nos dijo con una suavidad inusitada. “Nos vemos mañana a las 8, pero cualquier complicación no duden en llamarme”, agregó.
Desde ese momento, que todavía no era ni las doce, todo pasó tan lento en el momento como fugaz en los recuerdos. La intensidad fue un increscendo permanente.
Carolina pasó a otro estado. Más animal. O absolutamente personal. No sé. Vi, desde el sillón, tratando de aconsejar lo mínimo posible (ya que jamás había sentido algo así pasarme ni por casualidad), como fue su trabajo de parto. Una especie de trance endemoniado absolutamente espectacular de ver, claro. De vivir, debe ser como toda epopeya semejante.
A las 7 llegó Ani. Caro ya no era ella, y cada dos minutos entraba en el duro paréntesis existencial de la contracción. Mi lugar: ofrecer agua y hacer silencio hasta que cada momento nuclear finalizara.
Poco antes de las 9 todo estaba listo y llegó Emi. Respiré al ver su tranquilidad para anunciar que la llegada era dura pero inminente.
Recuerdo poco de ese momento. Yo estaba atrás de Caro. A su izquierda. Me acuerdo que, en tres o cuatro oportunidades clave, toqué sin querer el botón de la camilla que levanta el respaldo. Accidentalmente no paraba de olvidar que allí estaba el control de movimientos y presionaba la botonera en pasajes de máxima concentración. Me quería morir de la vergüenza.
Así todo, Caro empujó como si hubiera hecho eso ya en otra vida. Emi me invitó en un par de oportunidades a ver, desde su perspectiva frontal, qué era lo que pasaba. Acepté y vi la cabeza de Camilo.
Después salieron los ojos. La puta madre. Nuestro hijo. Esa cara que había tratado de imaginar en mil combinaciones durante nueves estaba ahí. Mirando una luz blanca que le daba en la cara y preguntándose qué carajo pasaba.
La flaca metió los ultísimos esfuerzos cuando ya parecía que no quedaba resto. Pero sí. Le quedaba.
Así, a las 9.40 del 16 de marzo, escuchamos por primera vez algo que nos habíamos preguntado muchísimo cómo sonaría. En el pecho de Caro, apretado por sus brazos ahora un poco más distendidos, estaba el enano. A las lágrimas nuestras las adornaba el novedoso llanto Camilo. Un clarísimo “uuuuuaaaaa”. Sofisticado pero persistente. Suave pero doloroso. No era “aaaaaargh”, no sonaba tipo “iiiiiiiaaaaa”, no. Tampoco era el clasíco “waaaaaaaaaaah”. No. Había una U pronunciada, seguida de una A más fugaz con un final sin calar. Ese era su canto, su llamado a la madre.
Cami pesó 3.700 kgs. Emi dijo que estaba todo bien.
Pasaron más de tres kilos y medio y casi sesenta días de cuarentena desde entonces.
Hoy parece imposible imaginar cómo era antes todo de que Camilo parara el mundo de pecho. Como si todo lo que giraba alrededor de lo que fuera hubiera cambiado a un único y nuevo eje.
Como el día que el que miraba para arriba se dio cuenta que por algo se movía la tierra. Que giraba alrededor de otra cosa. Ese mismo cambio de órbita sentí al escuchar ese UUUUUA.
Son las 00.04 y Camilo duerme, por ahora no se escucha ese llamar. No es que lo disfrute, pero siempre un poco de placer me da que Camilo me recuerde que ahí está.